El sincretismo que caracteriza a la sociedad
dominicana está también patente en su sentido religioso
Mezcla de cultura |
La mezcla de culturas
realizada tanto en Haití como en Santo Domingo produjo una serie de creencias y
religiones con un sistema de ritos, procesiones y culto variados. La llegada de los españoles a América trajo
consigo la imposición del cristianismo a
los indígenas, esclavizados según los conquistadores a cambio de su
evangelización y educación en las costumbres católicas.
La conciencia cristiana europea no tenía escrúpulo alguno en aceptar
como cosa natural la esclavitud, sobre todo cuando ésta afectaba a los
“salvajes” y a los “negros paganos”.
Para los taínos, las aguas y los bosques tenían un
sentido mágico religioso. Alrededor de sus poblados esculpían y pintaban
símbolos y signos con los que los circundaban. Creían en un ser supremo, Yocajú,
el dios protector, y en una diosa femenina, la Tierra (a la que
denominaban con distintos nombres), que concibieron otros dioses menores que
representaban a las diversas potencias de la Naturaleza. Todo
tenía su dios excepto el Universo, que, según los taínos, había existido
siempre.
Tras su exterminio, la única huella de sus
creencias se encuentra en el mestizaje que realizaron los indígenas que huían a
las montañas con los cimarrones, esclavos africanos fugitivos que
también se asentaron en los montes, junto con sus descendientes mezclados con
blancos y negros.
La aparición de los primeros esclavos procedentes
de África trae consigo multitud de nuevas creencias y tradiciones mágico-
religiosas a la isla de Haití. Desprendidos
violentamente de su tierra e integrados por la fuerza en una nueva sociedad en
la que vivían en absoluta subordinación,
vieron cómo se destruían sus estructuras tribales políticas, sus formas
de vida familiar y todos aquellos elementos que conformaban sus creencias,
valores y actitudes frente a la vida. Los negros trasvasados a Santo Domingo
llegaron mutilados física y espiritualmente, lo que tuvo que provocar profundos
desgarramientos en hombres que quedaron desnaturalizados para transformarse en
mercancías vendibles e intercambiables.
A su llegada a Santo Domingo los
miembros de un mismo grupo étnico eran separados de forma deliberada con el
propósito de impedir la comunicación entre ellos y prevenir las rebeliones. Su vida en los ingenios
azucareros y ciudades estaba regulada por ordenanzas y cédulas reales en las
que no eran considerados humanos, por las que su actividad estaba
exclusivamente dirigida a proporcionar al amo los mayores beneficios posibles.
A
pesar de las prohibiciones, los negros trataron de agruparse por etnias o
tribus en horas de descanso, domingos y días de fiesta para rememorar sus
tradiciones y vida en las aldeas nativas, los mitos y leyendas de sus héroes y
expresar la rabia contra su situación. Los colonos asociaron estas reuniones y
ritos con la leyenda del África sensual, tenebrosa, antropófaga y hechicera. Los
ritos mágicos africanos fueron motivo de grandes temores por parte de los
europeos, especialmente porque el colonizador era tanto o más supersticioso que
el negro. El Código Negro francés de 1658 intentó reglamentar la esclavitud,
imponiendo que los esclavos fueran bautizados en la religión católica y
prohibiendo todas las demás religiones.
Amparados
por la oscuridad, los esclavos se entregaban a bailes, cantos y ceremonias.
Incluso comenzaron a refugiarse en las iglesias, simulando dedicarse a rezos y a
ceremonias cristianas, para evitar ser sorprendidos ante la prohibición de los
colonos. Los esclavos encontraron en el vudú un fermento especialmente
apropiado para exaltar su energía.
Los
fallidos intentos de abolir sus ritos y celebraciones dieron paso a nuevos
reglamentos en los que se fiscalizan estas celebraciones con razones económicas, como aparece en el capítulo 32
del Código Negro de 1810:
Los
placeres inocentes deben entrar en parte del sistema gubernativo de una nación
en la que la danza y la música hace la sensación más viva y espiritual, sus
órganos son tan finos y delicados que enajenados con su armonía no sienten ni
la fatiga que acaban de pasar en todo el día, ni la flaqueza de sus fuerzas
consiguientes a los trabajos recios del cultivo empleando noches y días en este
embeleso, sin pagar aun el tributo indispensable al dulce sueño que piden sus
fatigados sueños. Esta ocupación análoga a su carácter los distraerá en los
días festivos de otras diversiones o concurrencias perjudiciales disipando en
su espíritu la continua tristeza y melancolía que los devora y abrevia sus días
y corregirá al mismo tiempo la estupidez propia de la nación y la especie
La
ausencia de documentación no facilita un intento de identificación de las
tribus y naciones de proveniencia de los esclavos. Según diversas fuentes, los esclavos procedían de una zona de
África Occidental que se extiende desde Senegal hasta la cuenca del Congo. Con un origen más o menos relacionado con las prácticas religiosas de
las tribus fon, yoruba y ewe de la región de África
occidental que ahora ocupan los países de Ghana, Nigeria, Togo y la República de Benin
(antigua Dahobey), el vudú pasó a ser el rito integrador de la comunidad
esclava. Para los esclavos que llegaban al nuevo mundo, el vudú
representaba tanto un vínculo con Guinee, la tierra de sus ancestros,
como una forma de supervivencia y resistencia.